GRACIAS A TODOS Y FELIZ VERANO

Parece mentira pero ya ha pasado.

TEMPUS FUGIT. Veo claramente el primer día de clase y las caras de los alumnos que intentan hacer tu radiografía mientras explicas los objetivos del curso y pum... de repente ya estamos a las puertas del verano. Verano, para la gran mayoría, bien merecido.



Simplemente quería aprovechar nuestro blog para despedirme de todos vosotros, ya que esta última semana no he podido hacerlo como quería con todos los grupos puesto que la Dirección propuso evaluaciones en el último momento.



Deciros que he disfrutado mucho hablando de nuestra lengua en términos literarios para intentar despertar en vuestras mentes algo parecido a la ilusión hacia la lectura, la literatura y sobre todo, defender el principio tan esencial de la creatividad porque siempre he creído que todos somos creativos y si no lo descubrimos por sí solos, es necesario que alguien nos dé la oportunidad. No sé si lo habré conseguido, pero lo he hecho desde la más profunda pasión por mi trabajo y por el enorme cariño que me habéis entregado.



Ha sido un placer.



Un abrazo muy fuerte a todos y cada uno de vosotros de todo corazón.



Rosa



ACLARACIÓN

LAS REFERENCIAS AL SIGLO XVIII y XIX APARECEN EN EL BLOG PARA LOS ALUMNOS DE 1º C de BACHILLERATO.

ROMANTICISMO

ROMANTICISMO

S.XVIII

S.XVIII

martes, 15 de febrero de 2011

REDACCIÓN 40 PALABRAS

La puerta se abrió de la nada haciendo su majestuoso sonido del chirrío, recordando los viejos porticones de las casas abandonadas. En el interior de la habitación se podía ver con perfecta claridad todos y cada uno de los cuadros con los marcos llenos de herrumbre que habían colgados en aquellas paredes llenas de gruesas capas de suciedad. En algunos cuadros se podían observar las caras retratadas de algunas de las celebridades más importantes y respetadas; y al lado, una pequeña chapa hecha de plata fina en la que estaba inscrita la firma de cada celebridad.
Además, se podían ver cientos de objetos distribuidos por todas las partes de la sala, dejando sólo el espacio necesario para entrar y sentarse en la butaca. La habitación tenía como nombre Silencio ya que podría llegar a decir con exactitud que allí nunca se había mantenido una conversación de más de dos minutos. Era un sitio para pensar, para que se mire donde se mire siempre haya algo para recordar en completa mudez.
En una esquina había una preciosa mesa hecha de pino que relucía como los últimos rayos de sol cuando se esconden detrás de las nubes para dar paso a la noche. Encima de ella reposaba un precioso tablero de ajedrez de vidrio hecho a mano. Las fichas eran como diamantes de esos que sólo se ven una vez en la vida y que nada más los pueden poseer las personas adineradas y con grandes fondos económicos.
Eduardo era precisamente una de esas personas a la que no le importaba pagar una gran cantidad de billetes por algo aparentemente secundario, pero que para él era algo sagrado.
Siempre salía a la calle con dos billeteras de piel de toro; una en la que guardaba todos los billetes grandes y otra en la que sólo habían monedas y billetes de los más pequeños que hay.
Eduardo era un gran amante de la historia. Le apasionaba todo lo que estaba relacionado con las culturas pasadas, especialmente la época de la Edad Media. Poseía más de doscientos objetos medievales originales por los que había llegado a pagar cantidades desorbitantes de dinero sin importarle que para lo único que le iban a servir era para adornar su inmensa mansión.
De todos los elementos había uno que adoraba por encima de los demás. Se trata de una jarcha original del siglo XI que cada día leía y releía como si fuera el padre nuestro.
Sus actos eran siempre los mismos y en el mismo orden: llegaba a casa a las once de la noche y sin parpadear desde que cerraba la puerta mantenía los párpados abiertos hasta que entraba en la habitación. Después de realizar el primer parpadeo mantenía los ojos cerrados a la vez que cogía aire para mantenerlo unos pocos segundos en sus negros y viejos pulmones.
Se sentaba en la butaca y se fumaba un puro negro como el tizón sin usar cenicero para depositar los restos de la ceniza. Miraba toda su sala en orden lineal desde un punto hasta el otro, sin inmutarse por ningún tipo de sonido adicional que pudiera acontecerse. Después de inhalar durante una hora seguida el pútrido y maloliente humo de su veguero solía quedarse dormido con los ojos medio cerrados mirando dirección al techo.
La vida de este hombre no era muy interesante que digamos, y sólo estaba construida como si de una fábula se tratase. De todas las personas que conocen a Edu, que así le llamaban, decían siempre la misma frase:
- ¿Para qué queremos enemigos si tenemos a Edu?

Es quizás por eso que un día Eduardo no apareció por su casa como de costumbre. Sus vecinos empezaron a sospechar que le había llegado a ocurrir algo grave puesto que desde que se instaló en el barrio de los Quebrantos nunca llegó a faltar más de dos días seguidos a su cita con Silencio.
Pasaron más de dos semanas y todo el mundo le daba por desaparecido del planeta o algo peor. Muchos pensaban que alguno de sus enemigos había hecho por fin lo que se merecía.
- No me extrañaría nada que se lo hayan cargado, sólo tenía enemigos – decía la vecina de la casa de al lado.

Todo el barrio y parte de la ciudad estaba consternada por la noticia. Muchos de sus familiares lejanos habían venido hasta su casa para intentar colaborar en las operaciones de búsqueda de la policía, cosa que era raro en ellos ya que en más de diez años que hacía que Eduardo se trasladó a su actual barrio a vivir nunca antes había recibido visitas por parte de ningún familiar.
Pero la cosa estaba muy clara; sabían que si por cualquier razón Eduardo aparecía muerto todo el dinero que poseía sería repartido para ellos.
Entre todos los familiares había una señora con un rostro tupido, fino y con una capa de brillo diferente a la de los demás. Se trataba de una antigua prima suya llamada Susana. Susana era una mujer de edad avanzada, aunque se conservaba en perfectas condiciones. Era la única persona que parecía que le importaba el paradero de su primo, ya que corrían unas lágrimas cristalinas desde sus ojos hasta su perfecto corto y liso cuello.
Susana tenía el oficio de Celestina y fue una de las pocas personas que ayudó a Eduardo a encontrar en tiempos pasados la que fue el amor de su vida. Por desgracia la cosa acabó en tragedia puesto que Carmina; que así se llamaba la esposa de Eduardo, murió en un accidente de tráfico cuando regresaba del trabajo.
Cuando todos los familiares, vecinos y conocidos se fueron a sus respectivos hogares Susana fue la única que se quedó en casa de Eduardo. Pasadas las doce de la noche decidió ir a la cocina y hacerse una ensalada con lechuga, tomate y algo de aceite. Se llevó el plato y mientras se sentaba en la butaca de la habitación se quedó bastante rato contemplando aquella magnífica sala cuyos cuadros y amuletos medievales la hacían recordar tiempos pasados. Muchos de los objetos que tenía Eduardo colgados aún conservaban los colores intensos de lo que era la sangre de los caballeros medievales. Susana sabía que muchos de los cuchillos, espadas y hachas fueron usados para cometer aberraciones injustas a personas que posiblemente eran inocentes. Pero ya se sabe que en la Edad Media todo era posible, incluso los vicios más impensables.
Susana dejó escapar un corto pero intenso suspiro al aire mientras miraba con ojos de decepción toda la sala. Por momentos pensaba que estaba realmente en la era medieval y que podía correr cierto peligro sólo por el hecho de pensar así. De un golpe de cadera se levantó apuradamente de la butaca y se dirigió al cajón del escritorio donde además de un caramelo caducado había encontrado un sobre sospechoso.
Ella sabía que si estaba aún en su casa era porque quería saber el paradero de su primo; vivo o muerto, pero haría todo lo posible para saber la verdad.
Después de mirar el sobre más de dos minutos seguidos abrió la solapa de un golpe de uña y encontró un papel muy áspero como si fuera la piel de algún animal. En él sólo había escrito la palabra CID. La letra era preciosa como la de los grandes escritores, cosa común en Eduardo ya que era una persona prolífica. Había escrito más de diez novelas y otras tantas memorias de su vida. Era una persona que a pesar de tener un gustos muy extravagantes tenía otras aficiones que nadie podría creer que fueran suyas. Por ejemplo su gusto por la música era una de esas cosas que no lo calificaban como cualidad destacable de él mismo, ya que lo único que tenía en su viejo lector de discos eran canciones de rap y música moderna.
Susana recordaba como en una conferencia que había dado años atrás siempre le acababa sonando el móvil con esa melodía que todo el mundo acababa por reírse y por cambiar la expresión de la cara. La gente no podía creer que un hombre tan inteligente que daba unas conferencias excelentes pudiese escuchar ese tipo de música y vestir además con esas ropas de indígena que siempre llevaba.
Susana de repente tuvo una visión en su cabeza. Se le apareció Rodríguez, el socio de Eduardo. Pensó que él podría saber el paradero de su primo, así que decidió mirar la agenda y buscar su dirección. Cuando por fin encontró la dirección se dirigió hacia allá. Picó a la puerta y le abrió un hombre alto, robusto y con un rostro muy varonil. Parecía físicamente a Zeus, el dios de la mitología. Los ojos de ambos se llenaron de recuerdos y de hazañas del pasado, y cuando acabaron de hablarse visualmente él hizo un gesto con la cabeza para que entrara.
La casa de Rodríguez era como una taberna de flamenco; llena de guitarras, abanicos y un gran pasillo con fotos de cantantes flamencos por todas las paredes.
Estuvieron hablando durante dos horas y durante ese tiempo no dejaron de mirarse a los ojos. Él recordaba los años que había pasado a su lado, y ella el daño que le había hecho durante su matrimonio.
La conversación empezó hablando de Eduardo y acabó hablando de su antiguo matrimonio. Susana tenía mucha astucia y veía en sus ojos que había algo que no era normal. Pudo ver que el brillo de su color de ojos no era el de siempre, y que la expresión de su cara escondía un enigma.
Finalmente ella se marchó pero se fue con una corazonada: sabía que él tenía algo que ver con la desaparición de su primo.
Al día siguiente fue a visitar a la policía para explicarles y hacerles entender que Rodríguez podría estar implicado en la desaparición de Eduardo.
La policía escuchó durante más de una hora todo lo que ella les explico.
Al día siguiente ella volvió a casa de Rodríguez para continuar hablando con él. Picó de nuevo a la puerta y otra vez le abrió la puerta él, con un pijama de color marrón que recordaba al de un hipopótamo. Entró de nuevo a la sala y se sentó en el mismo sillón viejo y descolorido que la otra vez. Rodríguez fue a la cocina para traer algo de té y galletas para ella, mientras ella aprovechaba para dar otra ojeada a la sala. En ella pudo observar que había un objeto sospechoso en la pared. Se trataba de un códice antiguo con un dibujo de un trovador en la parte superior. Ella sabía que no era normal encontrar ese tipo de objetos en una casa con una decoración tan flamenca como esa, así que se levantó para verlo más de cerca cuando el otro vino con una bandeja de madera en la que llevaba té y pastelitos de trufa.
Los dos se sentaron en completos silencio y cada uno pensaba de nuevo cosas que habían pasado entre ellos. Él recordaba el día que Susana se puso de parto y tuvieron que ir rápidamente al hospital. Ella parecía una cenicienta con ese vestido tan ancho que llevaba y esa barriga que parecía que fuese completamente perfecta a la de una esfera.
Ella recordaba el día que se divorció de él porque había abusado de ella. Recordó como Eduardo fue el único que la ayudó en los momentos de dolor, y que a pesar de ser primos acabaron por tener una relación sentimental.
Los dos se miraron de nuevo a los ojos y ella le dijo de una manera muy fría:
- ¿Crees que no sé que le has hecho algo a Edu?
Rodríguez tenía las manos negras como si fuese un carbonero, y con grandes aires de soberbia dijo:
- ¿En serio pensabas que ese canalla iba a salir impune de este triángulo amoroso?, te recuerdo que yo era tu marido y que tú lo elegiste a él para dejarme a mí. Lo que le haya pasado se lo tenía muy merecido.

Susana se levantó tan rápidamente que parecía un soldado cuando le dan una condecoración. Salió corriendo de la sala con tal ímpetu que tuvo un tropiezo con el mueble del pasillo.
Rodríguez salió detrás de ella y cuando la vio tirada en el suelo se empezó a reir. Parecía el capataz de una nación beligerante, con su robustez corporal y su expresión en la cara de figura política.
Mientras Susana se arrastraba por el pasillo tapizado con pieles de bisonte y toro español, Rodrígez iba hablándole de asuntos pormenores. Empezó a decirle que acabaría con ella como hizo con Eduardo.
Cuando Susana oyó esas palabras se detuvo de golpe y lo miró fijamente a los ojos. Sabía que eran una persona muy falsa pero esta vez tenía muy claro que no era ninguna calumnia de las suyas.
Mientras ella lo seguía mirando a los ojos se desabrochó el suéter y cogió un cable negro que estaba conectado a un walkie talkie.
Cuando Rodrígez vio lo que sacaba puso una expresión de cara que parecía que iba a perder la conciencia.
- Morirás como murió tu primo; entre mis manos.
- Nunca aceptaste lo nuestro, nunca aceptaste que él y yo acabáramos teniendo una relación y por eso has acabado con su vida ¿ verdad?
Ahora las cosas estaban más claras: la nota que ponía CID era una nota que Eduardo dejó para advertir que iría a casa de Rodríguez, ya que las iniciales eran la dirección de su casa; calle Irún Díaz.
Rodríguez explicó mientras ella estaba aturdida que Eduardo fue a verle para darle un códice como método de reconciliación. Pero él perdió los estribos cuando empezaron a hablar de Susana y acabó estrangulándolo.
Susana con el miedo en los ojos pulsó un botón verde coliflor que había en el extremo del cable. Al verlo, Rodríguez se abalanzó sobre ella para matarla. Susana muerta de miedo cerró los ojos para no sufrir más cuando de repente se oyó un disparo.
La policía había entrado a la casa gracias al aviso del pulsador que llevaba Susana.
El disparo atravesó el corazón de Rodrígez mientras caía muerto encima de una mesita en la que había una fotografía que acabó por romperse cuando impactó contra el suelo. Se trataba de una fotografía en la que salía Susana feliz junto a Rodríguez montados en el Dragón Khan, el único recuerdo bonito junto a él.

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