GRACIAS A TODOS Y FELIZ VERANO

Parece mentira pero ya ha pasado.

TEMPUS FUGIT. Veo claramente el primer día de clase y las caras de los alumnos que intentan hacer tu radiografía mientras explicas los objetivos del curso y pum... de repente ya estamos a las puertas del verano. Verano, para la gran mayoría, bien merecido.



Simplemente quería aprovechar nuestro blog para despedirme de todos vosotros, ya que esta última semana no he podido hacerlo como quería con todos los grupos puesto que la Dirección propuso evaluaciones en el último momento.



Deciros que he disfrutado mucho hablando de nuestra lengua en términos literarios para intentar despertar en vuestras mentes algo parecido a la ilusión hacia la lectura, la literatura y sobre todo, defender el principio tan esencial de la creatividad porque siempre he creído que todos somos creativos y si no lo descubrimos por sí solos, es necesario que alguien nos dé la oportunidad. No sé si lo habré conseguido, pero lo he hecho desde la más profunda pasión por mi trabajo y por el enorme cariño que me habéis entregado.



Ha sido un placer.



Un abrazo muy fuerte a todos y cada uno de vosotros de todo corazón.



Rosa



ACLARACIÓN

LAS REFERENCIAS AL SIGLO XVIII y XIX APARECEN EN EL BLOG PARA LOS ALUMNOS DE 1º C de BACHILLERATO.

ROMANTICISMO

ROMANTICISMO

S.XVIII

S.XVIII

miércoles, 26 de enero de 2011

REDACCIÓN 40 PALABRAS

Carlos sentía un gran placer al poder llegar por fin a casa. Se paró un instante delante de la puerta y estuvo un buen rato buscando las llaves en la mochila, entre los pesados libros de la universidad. Finalmente las encontró y pudo abrir la puerta de su pequeño aunque bien aprovechado apartamento. La televisión estaba encendida y en el ambiente flotaba un fuerte olor a puro. Fue a dejar la mochila a su habitación, y cuando volvió al salón, cogió el mando de la tele y antes de apagarla le prestó atención un par de minutos. Estaban emitiendo un programa del corazón en el que se hablaba de una presunta celebridad. A Carlos le costaba entender cómo a la gente le gustaban ese tipo de programas ¡cómo si no tuvieran ya bastantes problemas en su vida como para estar pendientes de la vida de los demás!. Al apagar la televisión, la habitación se quedó completamente en silencio. Debo reconocer mi error, queridos lectores, al no informar desde el principio que Carlos vivía con su abuelo, Miguel, de ahí viene el olor a puro. Miguel estaba delante de un tablero de ajedrez fumando un habano, mientras meditaba sobre el siguiente movimiento para derrotar a un rival imaginario.
Hacía dos años y medio que Miguel se había trasladado al apartamento de su nieto. Cuando los padres de Carlos murieron, él tenía sólo 15 años y estuvo en muchas casas de acogida sin que ningún matrimonio quisiera adoptarlo, cosa normal con esa edad, ya que normalmente las parejas buscan bebés, no adolescentes.
En cuanto cumplió los 18 años, Carlos se largó de la última casa de acogida y alquiló un pequeño apartamento a las afueras de Madrid y sin pensárselo dos veces sacó a su abuelo de la residencia donde los servicios sociales lo habían metido.
Mientras la mente de Carlos estaba ocupada por estos pensamientos, sus ojos miraron una lámina colgada en la pared. Era una jarcha de una moaxaja que había encontrado su abuelo en un pueblecito de la provincia de Burgos. Su abuelo la encontró, junto con su equipo, cuando trabajaba en la universidad. Carlos estaba muy orgulloso de su abuelo. Cuando era pequeño, sus padres le contaron que fue un gran estudiante y que cuando acabó la carrera se dedicó a la docencia universitaria como catedrático de Filología Española. Miguel interrumpió sus pensamientos pidiéndole si le podía traer un cenicero. Carlos fue a la cocina y le trajo uno limpio. Sabía que cuando acabara la cena, estaría lleno de ceniza. Le preocupaba el vicio que tenía su abuelo por el tabaco, ya que padecía graves problemas pulmonares.
Después dejó a su abuelo solo con su emocionante partida de ajedrez y se fue a acabar los deberes que le había mandado precisamente su profesora de literatura castellana. Tenía que inventarse una fábula ambientada en la Edad Media. Se le había ocurrido que podría estar basada en la historia de La Celestina.
Tras una hora de devanarse los sesos en vano intentando redactar algo que fuera mínimamente inteligible, fue a prepararle la cena a su abuelo;, él no comería, no tenía demasiada hambre. Le preparó un pisto de berenjena, tomate y pimiento que despedía un olor de maravilla, pero aún así no le entró el apetito.
Al sentarse a la mesa, Miguel se dio cuenta de que Carlos sólo había puesto un cubierto, y cuando su nieto le trajo el plato le dejó bien claro que para un chico de su edad era una aberración no comer cuando tocaba, ya que tenía que alimentarse como es debido. Carlos soltó un largo suspiro, y aunque sabía que su abuelo tenía razón, no dijo nada, y se marchó otra vez a su habitación a continuar con esa fábula que aún no había sabido comenzar. Cogió en sus manos un libro que llevaba por título “Literatura castellana medieval”, para ver si se podía inspirar en otra obra, ya que con La Celestina las musas no habían hecho acto de aparición.
Veía que pasaba el tiempo y que no se le ocurría nada, lo que le ponía cada vez más nervioso; para calmarse se tomó un caramelo de menta, con la esperanza de que su fuerte sabor despertara su imaginación. Pasó media hora así, chupando el caramelo, hasta que se deshizo. Seguía sin que se le ocurriera nada y sin calmarse, así que se fue al salón con su abuelo, que con total seguridad estaría viendo la televisión.
Mientras recogía el plato y los cubiertos de su abuelo, escuchaba vagamente las noticias. El presentador hablaba sobre un sospechoso de homicidio. El hombre iba conduciendo cuando arrolló, supuestamente sin querer, a un hombre en silla de ruedas.
De repente se le ocurrió. La fábula estaría basada en El Cantar del Mío Cid. En ese momento de falta de inspiración le hubiese gustado ser un autor de fábulas tan prolífico como Samaniego, haber gozado de la imaginación del escritor alavés del S. XVIII.
Como si no tuviera ya bastante con pensar cómo iba a redactar la fábula, en ese momento sus vecinos pusieron el equipo de música a todo volumen, y no era precisamente música clásica, sino un machacón rap. Retumbaba en las paredes y le hacía imposible la concentración. Reconoció la canción, aunque no era precisamente fan del rap:una vez, unos amigos lo llevaron a un concierto en el que actuaron varios raperos, y uno de ellos era un peruano que se hacía llamar Rapper School. La canción que los vecinos escuchaban a todo volumen era de ese cantante y se titulaba Rap de Conferencia.
Después de unos veinte minutos insoportables, la música por fin paró y pudo acabar con éxito el escrito. Como al día siguiente las clases empezaban una hora mas tarde, decidió ver una película en el salón para distraerse un poco.
Miguel ya se había acostado. Fue a la estantería donde tenía los DVD’s y se decantó por un drama histórico basado en la masacre cometida contra el pueblo indígena amerindio por los colonizadores españoles y portugueses. Se titulaba La misión. Mientras la veía, su móvil sonó. Era su amigo Javi. Detuvo la película y cogió el móvil. Javi era un chico muy gracioso, y siempre le saludaba con la misma frase: “¿Qué pasa, socio?”
Estuvieron hablando un rato. Carlos le contó su incidente con el rap en el piso de al lado y Javi le explicó que había tenido que ir de urgencias al veterinario porque a su perro Zeus le había atropellado un coche dañando una de las patas delanteras. Quedaron para tomar algo al día siguiente y se despidieron.
Volvió a poner la película, y cuando no llevaba ni cinco minutos viéndola, otra vez sonó la música en el piso del vecino, sólo que esta vez era flamenco. En lugar de resignarse usó la astucia. Fue abajo a la sala de contadores, y como en su edificio los contadores eran independientes, le cortó la luz al vecino y de repente el ruido desapareció.
Cuando subió, ya ni tenía ganas de seguir viendo la película, así que se fue a la cama. Como cada noche, antes de dormir, escuchó un poco la radio. Cuando la encendió estaban haciendo publicidad de un lavacoches que habían abierto en el centro llamado El Hipopótamo. Después de escuchar un par de anuncios más y alguna canción, se quedó dormido.

A la mañana siguiente, aunque entraba más tarde de lo normal, por poco no llega a clase por haberse quedado dormido. A primera hora le tocaba literatura castellana. Todos dejaron sobre la mesa de la profesora las fábulas medievales. Durante la clase estuvieron viendo un pequeño audiovisual sobre un códice del siglo XII. Primero explicaba de qué trataba el códice y luego nombró a un trovador llamado Fernando del Encina, que fue el que encontró dicho códice.
Cuando acabaron las clases, Carlos se fue para casa y durante el camino vio una tienda gourmet con un escaparate enorme. Se detuvo para curiosear. Vio manjares de todos los tipos: foie, caviar, vino de hielo canadiense, trufa blanca... Todo eran delicias. Se le hacía la boca agua y se lamentaba por no poder permitirse comprar nada de lo que en esa tienda tenían expuesto. Tendría que conformarse con las exquisiteces del supermercado de su calle.
Llegó a casa y encontró a su abuelo Miguel viendo la televisión, concretamente un capítulo de la serie House. Al parecer el episodio trataba de una mujer que se encontraba muy débil y que estaba embarazada. Si no la operaban y le hacían una cesárea, el bebé moriría, pero si la operaban y salvaban al bebé, ella moriría. Justamente cuando los médicos le exponían esto a la paciente, ella rompía aguas y se ponía de parto.
Carlos fue a dejar las cosas encima de su cama y volvió para ver la televisión un rato con su abuelo. Eso sí, cambiando de canal, ya que no soportaba las series de médicos. En el siguiente canal estaban dando una película de dibujos, le pareció que era La Cenicienta. Siguió pasando, y se encontró a Sara Carbonero presentando la sección de deportes en Telecinco. Realmente no entendía qué le veían a esa chica, no encontraba el motivo por el cual la gente opinaba que era “soberbia”. Él la veía más bien normal, del montón, sólo que estaba saliendo con un jugador de fútbol millonario. En el siguiente canal también daban las noticias. Estaba el reportero entrevistando a un hombre al que le habían otorgado una condecoración por haberle salvado la vida a una mujer anciana. El hombre explicaba que la pobre mujer había tenido un tropiezo mientras caminaba por el puente San Juan, en Sevilla, y que si no llega a ser por él, la anciana hubiese caído en las aguas del Guadalquivir. Después de esta noticia la presentadora dio paso a otro reportero en Palestina, donde la guerra con Israel seguía a flor de piel. El reportero comentaba que los palestinos mantenían una actitud beligerante frente a los israelíes, y que no iban a abandonar su tierra natal. Después se mostraron unas imágenes escalofriantes de niños inocentes que habían muerto a causa de esta guerra.
Carlos se quedó ensimismado contemplando el reportaje, cómodamente recostado sobre el tapizado color azul y blanco del sofá. Mientras el reportero desgranaba los pormenores de la noticia, se dio cuenta de que realmente las quejas que tenía la gente sobre nuestra sociedad son naderías en comparación con los problemas que allí tienen esos niños. O igual que ellos, en África o en la India, donde mueren de hambre miles de ellos cada día. Él hacía una donación mensual a una asociación que se dedicaba a repartir comida a los más necesitados de esas zonas. Recordó que en el periódico salió publicada una noticia en la que se hacía mención de esta asociación acusándola de fraudulenta, ya que el dinero no llegaba a los necesitados si no que se lo quedaba en beneficio propio. Carlos no estaba seguro de si eso era verdad o si era una calumnia, pero esperaba de todo corazón que todo fuera un malentendido. Eso sí, él tenía la conciencia bien limpia.
Con estos pensamientos no se había dado cuenta de que era la hora de comer, hasta que el reloj anunció que eran las dos en punto. Se levantó y fue a la cocina a preparar la comida. Esta vez preparó dos platos de coliflor con patatas hervidas. Cuando salió de la cocina con los platos en la mano, pasó por delante de la puerta de entrada y vio que había correo en el suelo. Supuso que lo habrían pasado por la rendija de la puerta. Dejó los platos sobre la mesa y fue a recoger el correo. La mayoría eran folletos publicitarios. Había un tríptico de un parque de atracciones en Cataluña que era muy famoso por una montaña rusa con la vía roja que se llamaba Dragon Khan. Se le ocurrió que algún día podría ir él con su abuelo. Seguro que se lo pasarían como dos niños, aunque no se subieran en las atracciones, ya que había oído decir que exhibían espectáculos muy entretenidos.
Estaba decidido: el próximo fin de semana se acercarían a Tarragona. Él y su abuelo se merecían ese par de días de descanso, Carlos para desconectar de sus clases en la universidad y su abuelo para salir de casa y así arrancarlo de su rutinaria vida. Definitivamente, se trataba de una buena idea.

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